Lo mismo pasa cuando tenemos ganas de viajar. “Ahora no es momento, porque me quiero comprar un celular nuevo”. “Ahora no, porque quiero empezar un curso de X cosa”. “Ahora tampoco, porque es verano y hace calor”. “Noooo, ¿a esta altura del año? ¡Pero si no tengo plata!” Todas excusas. Todos “después lo hago” que se van posponiendo año tras año, como el tirar la ropa vieja del placard. Se nos va formando una pila de sueños y deseos sin cumplir. Nos olvidamos de la importancia de las cosas. Con el tiempo, esa remerita talle S ya no es tan especial como cuando apenas la compramos. Pasa lo mismo con esos viajes que vamos posponiendo. La motivación, las ganas, las ansias… se van yendo, y se quedan a un costado juntando tierra.
Y no es una cuestión de plata, es una cuestión de actitud. A mi primer viaje fuera del país lo planifiqué durante meses. Buscaba ahorrar hasta en el más mínimo detalle, quería volver a casa y poder sobrevivir algunos meses hasta conseguir un nuevo trabajo. Pero llegué a mi destino y la plata fue lo que menos importó. Al fin había desocupado el placard, al fin había destapado los sueños escondidos. Y esa sensación de libertad, esa sensación de bienestar, no te la quita nadie nunca. Ni por todo el dinero del mundo. Y a medida que vas avanzando, vas abriendo la cabeza, te vas dando cuenta que la riqueza en esta vida no se trata de tener el placard lleno de ropa, sino de dejarlo vacío y vivir por fuera de sus puertas.
Frase encontrada en Barranco, Lima, Perú.